domingo, 7 de junio de 2020
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viernes, 5 de junio de 2020
Conozca la verdadera creadora de las estafas piramidales, antes de Carlo Ponzi
Cuando se habla de esquemas o estafas piramidales, automáticamente se las asocia con la figura casi mitológica de Carlo Ponzi, ese inmigrante italiano que se radicó en Nueva York en la década de 1920, con un ya profuso prontuario delictivo debido a numerosas estafas en su país natal.
Pero fue en la Gran Manzana donde “descubrió” la
posibilidad de enriquecerse con el dinero ajeno, a partir de la especulación
con cupones de correo que se podían canjear por estampillas, pero esa es otra
historia.
La realidad es que Ponzi no fue el inventor del esquema
bautizado con su apellido, pues muchos años antes y en España, una mujer,
Baldomera Lara, fue la primera en imaginar y desarrollar un esquema piramidal.
Hija del escritor, poeta, periodista y político español Mariano
José de Larra, quien es considerado, junto con Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro, la más alta cota del Romanticismo literario
español, Baldomera se casó muy joven con el médico del rey Amadeo,
Carlos de Montemar, con el que tuvo cuatro hijos.
Si bien el matrimonio parecía transcurrir en línea con
los parámetros sociales de la época, en un momento determinado su esposo decidió
marcharse a América, dejándola sola con los hijos y sin mayores recursos.
Ante esta dramática realidad y para poder subsistir,
inicialmente comenzó empeñando todo su ajuar, después sus joyas, para que
finalmente, producto de la necesidad o de la codicia, tuvo el raro privilegio
de terminar siendo la inventora de la estafa piramidal.
Para ello creó una “Caja de Imposiciones” en la que
pagaba intereses muy elevados para los estándares de la época, a los pequeños
capitales que le eran confiados en general por personas muy humildes.
Todo ello gracias a un
rudimentario esquema de inversión que ella misma inventó y desarrolló.
Según lo anunciaba por aquellos días,
Baldomera prometía dos onzas de oro por cada una que le entregaban y le pagaba jugosos
dividendos a sus clientes con el dinero proveniente de los nuevos inversores. Como
en toda estafa piramidal, los ilusos hacían largas colas para confiarle sus ahorros
de toda una vida.
Y para ello apeló a sus dotes personales, pues también fue
la pionera en advertir que además de “ser hay que parecer”. Algo que tanto
Ponzi como Bernie Madoff o algún personaje local entendieron como algo
fundamental para captar clientes.
En tal sentido, la definían como una mujer de espíritu
inquieto, decidido, resuelto. Físicamente se decía que contaba con un cuerpo
escultural, cutis fino, cuidado cabello rubio y expresivos ojos azules.
El señuelo con el que atraía a sus clientes eran unas
supuestas minas de oro recientemente descubiertas en el Alto Perú que, según
ella, proporcionaban grandes beneficios a sus inversores. Pero en la práctica, doña Baldomera especulaba con bienes que no existían,
por lo que cuando no pudo captar nuevos incautos, el esquema se derrumbó, por
lo que acabó arruinando a mucha gente. De ser llamada “la madre de los pobres”
a convertirse en una estafadora fue cuestión de días, aunque no figure como tal
en los diccionarios de Economía.
Baldomera llegó a pagar intereses del 30%, abonados
puntualmente, debidamente documentados en los recibos que otorgaba. Con este
procedimiento, estaban todos contentos y a partir de esas primeras inversiones
que fueron por demás exitosas, comenzó a correrse la voz y entonces su
clientela se amplió a los pueblos cercanos a Madrid. Como en toda pirámide, lo
que sus clientes no sabían era que los pagos de intereses de las nuevas
imposiciones se pagaban con el dinero que aportaban los nuevos inversores.
Hasta que un día, siempre hay un día en tipo de esquemas,
saltó una alarma por algún impago y se empezó a correr la voz sobre la amenaza
de una inminente auditoría sobre su negocio. Ello, cuando ya había recaudado unos
22 millones de reales y administraba una cartera con más de 5.000 clientes.
Fue en esos momentos cuando alguien le comentó al oído cual
sería el futuro de los afectados y ella respondió: “ahí está el viaducto”.
Así las cosas, y ante la inminencia del
desastre financiero, el 4 de diciembre de 1876 Baldomera se vistió con sus
mejores galas y asistió al Teatro de la Zarzuela, elegante, tranquila y sonriente.
Al final de la velada se dirigió a su casa en la calle del Sordo y poco después
abandonó el lugar, cargando el coche con un voluminoso equipaje. De allí se
dirigió hasta Pozuelo, desde donde tomaría un tren con destino a Francia.
Demás está decir que dentro del equipaje
se encontraba gran parte de los fondos líquidos que había recibido en custodia
y que aún mantenía, salvo 4.000 reales dentro de un sobre a nombre de su madre,
viuda de Lara, que dejó en un cajón de su cómoda.
De Francia pasó a Suiza, amparada por
las leyes de ese país, instalándose en Ginebra, donde tuvo una vida
despreocupada y feliz, pero pasado un tiempo decidió mudarse a París, donde se
hacía llamar madame Varela. Luego de un tiempo sin mayores novedades, su
felicidad duró poco pues fue detenida y deportada a España el 15 de julio de
1878.
De regreso a su país se la llevó a la
cárcel de mujeres de Madrid hasta que se inició el juicio en su contra en mayo
del año siguiente, cuando Baldomera contaba con apenas 42 años.
El fiscal solicitó al tribunal una pena
de 9 años de cárcel, pero finalmente se la condenó a 6 años y un día por el
delito de alzamiento de bienes y a abonar los créditos existentes en su contra.
Por increíble que parezca, los afectados
siguieron el juicio con gran interés y manifestaban que volverían a confiarle
sus dineros a doña Baldomera, como siguieron llamándola.
En su defensa argumentaban que fueron
las meras circunstancias las que la obligaron por necesidad de dinero para
pagar la enfermedad que padeció uno de sus hijos.
Algunos no tenían nada que echarle en cara, y el motivo
es muy sencillo, pues los pagos por intereses entre mayo y octubre de 1876
alcanzaron a unos 6 millones de reales.
La sentencia fue recurrida y el Tribunal Supremo la
absolvió en 1881. Los motivos de la sentencia fueron que no merecía la
consideración legar de acreedores las personas que le confiaron sus ahorros,
sabiendo que era mujer casada y que no podía firmar documentos sin permiso de
sus marido.
Una vez en libertad, doña Baldomera abandonó España y se
radicó en Cuba, donde murió en 1916, apenas unos cuatro años antes que Ponzi
irrumpiera en el mundo de las finanzas.