viernes, 5 de junio de 2020

Conozca la verdadera creadora de las estafas piramidales, antes de Carlo Ponzi



Cuando se habla de esquemas o estafas piramidales, automáticamente se las asocia con la figura casi mitológica de Carlo Ponzi, ese inmigrante italiano que se radicó en Nueva York en la década de 1920, con un ya profuso prontuario delictivo debido a numerosas estafas en su país natal.

Pero fue en la Gran Manzana donde “descubrió” la posibilidad de enriquecerse con el dinero ajeno, a partir de la especulación con cupones de correo que se podían canjear por estampillas, pero esa es otra historia.

La realidad es que Ponzi no fue el inventor del esquema bautizado con su apellido, pues muchos años antes y en España, una mujer, Baldomera Lara, fue la primera en imaginar y desarrollar un esquema piramidal.   

Hija del escritor, poeta, periodista y político español Mariano José de Larra, quien es considerado, junto con EsproncedaBécquer y Rosalía de Castro, la más alta cota del Romanticismo literario español, Baldomera se casó muy joven con el médico del rey Amadeo, Carlos de Montemar, con el que tuvo cuatro hijos.

Si bien el matrimonio parecía transcurrir en línea con los parámetros sociales de la época, en un momento determinado su esposo decidió marcharse a América, dejándola sola con los hijos y sin mayores recursos.

Ante esta dramática realidad y para poder subsistir, inicialmente comenzó empeñando todo su ajuar, después sus joyas, para que finalmente, producto de la necesidad o de la codicia, tuvo el raro privilegio de terminar siendo la inventora de la estafa piramidal.

Para ello creó una “Caja de Imposiciones” en la que pagaba intereses muy elevados para los estándares de la época, a los pequeños capitales que le eran confiados en general por personas muy humildes.

Todo ello gracias a un rudimentario esquema de inversión que ella misma inventó y desarrolló.

Según lo anunciaba por aquellos días, Baldomera prometía dos onzas de oro por cada una que le entregaban y le pagaba jugosos dividendos a sus clientes con el dinero proveniente de los nuevos inversores. Como en toda estafa piramidal, los ilusos hacían largas colas para confiarle sus ahorros de toda una vida.

Y para ello apeló a sus dotes personales, pues también fue la pionera en advertir que además de “ser hay que parecer”. Algo que tanto Ponzi como Bernie Madoff o algún personaje local entendieron como algo fundamental para captar clientes.

En tal sentido, la definían como una mujer de espíritu inquieto, decidido, resuelto. Físicamente se decía que contaba con un cuerpo escultural, cutis fino, cuidado cabello rubio y expresivos ojos azules.

El señuelo con el que atraía a sus clientes eran unas supuestas minas de oro recientemente descubiertas en el Alto Perú que, según ella, proporcionaban grandes beneficios a sus inversores. Pero en la práctica, doña Baldomera especulaba con bienes que no existían, por lo que cuando no pudo captar nuevos incautos, el esquema se derrumbó, por lo que acabó arruinando a mucha gente. De ser llamada “la madre de los pobres” a convertirse en una estafadora fue cuestión de días, aunque no figure como tal en los diccionarios de Economía.

Baldomera llegó a pagar intereses del 30%, abonados puntualmente, debidamente documentados en los recibos que otorgaba. Con este procedimiento, estaban todos contentos y a partir de esas primeras inversiones que fueron por demás exitosas, comenzó a correrse la voz y entonces su clientela se amplió a los pueblos cercanos a Madrid. Como en toda pirámide, lo que sus clientes no sabían era que los pagos de intereses de las nuevas imposiciones se pagaban con el dinero que aportaban los nuevos inversores.

Hasta que un día, siempre hay un día en tipo de esquemas, saltó una alarma por algún impago y se empezó a correr la voz sobre la amenaza de una inminente auditoría sobre su negocio. Ello, cuando ya había recaudado unos 22 millones de reales y administraba una cartera con más de 5.000 clientes.

Fue en esos momentos cuando alguien le comentó al oído cual sería el futuro de los afectados y ella respondió: “ahí está el viaducto”.  

Así las cosas, y ante la inminencia del desastre financiero, el 4 de diciembre de 1876 Baldomera se vistió con sus mejores galas y asistió al Teatro de la Zarzuela, elegante, tranquila y sonriente. Al final de la velada se dirigió a su casa en la calle del Sordo y poco después abandonó el lugar, cargando el coche con un voluminoso equipaje. De allí se dirigió hasta Pozuelo, desde donde tomaría un tren con destino a Francia.

Demás está decir que dentro del equipaje se encontraba gran parte de los fondos líquidos que había recibido en custodia y que aún mantenía, salvo 4.000 reales dentro de un sobre a nombre de su madre, viuda de Lara, que dejó en un cajón de su cómoda.  

De Francia pasó a Suiza, amparada por las leyes de ese país, instalándose en Ginebra, donde tuvo una vida despreocupada y feliz, pero pasado un tiempo decidió mudarse a París, donde se hacía llamar madame Varela. Luego de un tiempo sin mayores novedades, su felicidad duró poco pues fue detenida y deportada a España el 15 de julio de 1878.

De regreso a su país se la llevó a la cárcel de mujeres de Madrid hasta que se inició el juicio en su contra en mayo del año siguiente, cuando Baldomera contaba con apenas 42 años.

El fiscal solicitó al tribunal una pena de 9 años de cárcel, pero finalmente se la condenó a 6 años y un día por el delito de alzamiento de bienes y a abonar los créditos existentes en su contra.

Por increíble que parezca, los afectados siguieron el juicio con gran interés y manifestaban que volverían a confiarle sus dineros a doña Baldomera, como siguieron llamándola.

En su defensa argumentaban que fueron las meras circunstancias las que la obligaron por necesidad de dinero para pagar la enfermedad que padeció uno de sus hijos.

Algunos no tenían nada que echarle en cara, y el motivo es muy sencillo, pues los pagos por intereses entre mayo y octubre de 1876 alcanzaron a unos 6 millones de reales.

La sentencia fue recurrida y el Tribunal Supremo la absolvió en 1881. Los motivos de la sentencia fueron que no merecía la consideración legar de acreedores las personas que le confiaron sus ahorros, sabiendo que era mujer casada y que no podía firmar documentos sin permiso de sus marido.

Una vez en libertad, doña Baldomera abandonó España y se radicó en Cuba, donde murió en 1916, apenas unos cuatro años antes que Ponzi irrumpiera en el mundo de las finanzas.


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