Cada tanto y de acuerdo a las circunstancias, se ponen de
moda determinadas expresiones, por lo general en inglés, de uso común para los
especialistas per que para el ciudadano de a pie son muy difíciles de explicar.
En la actualidad, y de la mano de las negociaciones entre
el Gobierno y los principales acreedores del exterior la que surgió con fuerza
es la expresión yield exit.
Según los manuales de finanzas este término es “Es el
rendimiento que se le pide a un nuevo bono que surge tras una reestructuración”.
Dicho en castellano la definición es tan críptica como en
inglés. A lo sumo, quien la escucha o lee tiene que agradecer que está dicha en
nuestra lengua materna. Es un paso…
Pero vayamos por partes.
En primer lugar en toda negociación que incluye la
reestructuración de una deuda lo que se intenta es reducir el monto que se debe
pagar al acreedor, así como la tasa de interés original, alargar los plazos o
conseguir un determinado período de gracia.
Una vez planteado el tema, con las consabidas idas y
vueltas entre las partes, el punto a acordar será el precio del bono que surja
del canje. Y es aquí donde entra a jugar la yield exit.
Cada inversor estima, en un momento dado, qué rendimiento
es lógico pedirle a un bono a ese emisor, teniendo en cuenta esos plazos,
tasas, etc.
En este juego está claro que cuanto más riesgoso se juzga
el instrumento, pero sobre todo el futuro económico de la Argentina, más
rendimiento le exigirá.
Cabe consignar que al inicio de las conversaciones las
tasas que proponían las partes diferían sustancialmente, pero como sucede en
toda negociación, con el tiempo se fueron acercando y hoy estaría en el orden
del 10%.
Como para muestra vale un botón, para medir el riesgo
implícito en todo esto, los bonos de algunos “vecinos del barrio” tienen tasas
de interés que en promedio rondan el 3%.
A partir de esta coincidencia, la discusión vuelve al
punto inicial, es decir cual será el precio de salida, pero bajo otras
premisas, que pasan por la revisión del resto de las variables.
Entonces, una vez acordada la yield exit, lo que queda
por resolver son el período de gracia de los intereses, si estos se capitalizan
o no, los plazos de los diferentes bonos, la forma de pago o devolución del
capital, etc.
Y es en ese punto donde afloran las diferencias, pues por
un lado el Gobierno ofrece un precio que puede rondar los 48 dólares, frente a
los 55 que exigen los acreedores.
Aquí el juego ya es más complicado y lo que empieza a
jugar son las diferentes combinaciones de tasas y plazos.
¿Por qué? Muy sencillo,
porque el tiempo juega un rol central en la discusión. No son lo mismo u$s100
de hoy que esos mismos u$s100 pagaderos dentro de 10, 20 o 30 años.
Entonces, para llegar al precio actual lo que hacen los
economistas es calcular lo que se denomina el “Valor Actual Neto” o “Valor
Presente Neto”, que no es otra cosa que reexpresar cada uno de los vencimientos
futuros a precios de hoy, tomando precisamente como dato la “yield exit”.
Es obvio que si existe acuerdo en cuanto a esta tasa y
aún surgen diferencias en lo que se refiere al precio inicial de los nuevos
bonos, lo que está en discusión es precisamente la estructura de cada una de
las nuevas series.
Y este es el gran desafío que están enfrentando por estas
horas, en las que la inflexibilidad es la peor consejera y en la que una vez más
debería primar el principio de Pareto, según el cual en muchas ocasiones es
aconsejable ceder un 20% para ganar el 80% restante.
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