lunes, 15 de junio de 2009

La trama secreta de un fin de semana que cambió la historia de Wall Street

Hace exactamente nueve meses y en apenas un fin de semana, una serie de acontecimientos llevaron a la bancarrota a una de las naves insignia de la banca de inversión. Conozca el papel que jugaron el Tesoro de EE.UU., la Reserva Federal y los propios bancos en su hundimiento final


Henry M. “Hank” Paulson, fue durante mucho tiempo un verdadero “amo del universo”. Pero desde que abandonó la función pública como el todopoderoso Secretario de Tesoro del gobierno de George W. Bush, pasa sus días en una oficina sin lujos en el noroeste de Washington, D.C.

Dedica sus días de jubilado en tratar de escribir sus memorias, pero le cuesta. Según confiaron testigos y vecinos a Evan Thomas y Michael Hirsh, de Newsweek, no queda casi rastro de aquel graduado de las universidades más prestigiosas de los EE.UU., el maestro en administración de empresas que dirigió Goldman Sachs, el príncipe de Wall Street que logró convertirse en Secretario del Tesoro.

El error más caro en lo que va del siglo
“Se lo ve más bien como un futbolista que no puede dejar de hablar del tiro errado en la final del campeonato.

Trata de explicar ese fin de semana de septiembre pasado cuando Lehman Brothers cayó y el mundo financiero se vino abajo”, explica un vecino del edificio de oficinas que no quiso revelar su nombre.

Entre sus íntimos, “Hank” admite que el Gobierno cometió un error al dejar que Lehman muriera, y la culpa no era de nadie más que de él. El día que Lehman se declaró en quiebra, Paulson trató de adelantarse a la historia.

Si la firma no podía salvarse, declaró a la prensa, él no pediría a los contribuyentes que lo hicieran. ¿Su mensaje?: el Gobierno ya no rescataría a empresas en problemas.

Sin embargo, en las semanas y meses después de la caída de Lehman Brothers, el Gobierno fue al rescate de bancos y otras empresas financieras con sumas que ascienden a miles de millones de dólares.

Entonces, ¿por qué no salvó a Lehman? Si lo hubiera hecho, se podría haber evitado el pánico financiero. O al menos, eso dice la historia. Paulson insiste en que no le dio la espalda a Lehman.

“No hay ninguna compañía a la que haya dedicado más tiempo y en la que haya trabajado más por salvarla”, declaró a Newsweek en una de sus primeras entrevistas desde que dejó el cargo.

También desestimó el argumento de que la caída de Lehman haya provocado una oleada de pánico.

En realidad, afirmó, una tormenta de otros desastres inminentes provocó la crisis financiera: los problemas de Fannie y Freddie, las noticias de que AIG enfrentaba grandes deudas y los traspiés de Washington Mutual.

A exactamente nueve meses de su quiebra, parece que el ex funcionario no era el cruel tirano de Wall Street que todos pensaban, sino un hombre serio y a veces desconcertado, atrapado en un remolino que no podía controlar, y ni siquiera comprender plenamente.

Goldman vs. Lehman, o Paulson vs. Fuld
La carrera de Paulson se distinguió más por la tenacidad que por su inteligencia. Cuando rescató la oferta pública inicial de Goldman después de la crisis financiera rusa de 1998, obtuvo cientos de millones de dólares para sus socios y, poco después, se convirtió en su líder.

La rivalidad entre Goldman y Lehman no es nueva, pero en los últimos tiempos desde Goldman miraban con cierto desprecio a sus colegas del ahora fallido banco de inversión, y centraban sus críticas y baja estima en la figura de su desdichado CEO, Richard “Dick” Fuld.

Frente a un micrófono y también en privado, Paulson describió siempre a Fuld como un “buen tipo”, e incluso como un “amigo”, a quien conoce desde hace años. Pero fuentes de Wall Street y funcionarios del gobierno comentan que Paulson consideraba a Fuld como un apostador que perdió de vista la realidad.

Breve historia de una quiebra anunciadaLa historia de la quiebra comenzó el año anterior a los hechos en sí, más precisamente en octubre de 2007, cuando el banco de inversión hizo una gran movida en el negocio de hipotecas pese a que se manejaba un gran número de indicios que auguraban que el acuerdo era poco inteligente.

Paulson fue siempre muy crítico de los informes de ingresos financieros del banco de la primera mitad de 2008 por considerarlos demasiado optimistas, y ya en junio, cuando comenzaron a verse los primeros números rojos, empezó a instar a Fuld a encontrar un comprador o una inyección de capital.

Pero un sentimiento de frustación lo invadió, luego de que sus recomendaciones cayeran en el vació, cuando Fuld exigió términos demasiado favorables para Lehman que desalentaban a cualquier comprador.La oficina de Fuld, ubicada en el piso 31 de un edificio en el centro de Manhattan, tenía una vista del río Hudson y de los rascacielos de Nueva York.

A principios de septiembre, la sala se convirtió en una especie de escenario de guerra; día y noche, sus lugartenientes andaban por allí, con paquetes de comida chatarra y tomando Coca-Cola Light mientras buscaban una solución.

En algún momento un banco surcoreano había mostrado interés en invertir, pero luego se retiró, pese a lo cual la alta dirección del banco trataba de mantener la esperanza. Seis meses antes, en marzo, JPMorgan había rescatado al banco de inversiones Bear Stearns con la ayuda de un préstamo del Gobierno.

A principios de septiembre, la FED había tomado el control de Fannie Mae y Freddie Mac, los dos gigantes hipotecarios perjudicados por el decadente mercado de los bienes raíces.

En la primera semana de septiembre, Lehman informó sobre enormes pérdidas en el tercer trimestre de su ejercicio fiscal, por un total de u$s 4.000 millones. El principio del finDos días después, la FED tomó cartas en el asunto.

El viernes 12 de septiembre, se convocó a los directores de los bancos de inversión de Wall Street a una reunión de emergencia en la Reserva Federal de Nueva York.

Los autos negros comenzaron a llegar a las 6 de la tarde a las oficinas de la Reserva, una fortaleza situada sobre gran parte de las reservas de oro de EE. UU. Paulson estaba ahí, junto con Tim Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York y hoy su sucesor.

En una breve reunión les dijo a los líderes de Wall Street que eran ellos y no los contribuyentes quienes debían encontrar una solución para Lehman.

En Lehman todo el mundo apostaba a que la FED intervendría a favor del banco. Pensaban que Paulson intentaba encontrar una salida a través de la venta del banco. Pero no era así.

El entonces secretario declaró más tarde que estaba maniatado; pues de acuerdo con las leyes de la Reserva Federal, el Gobierno no podía realizar un préstamo a un banco de inversión que careciera de las garantías adecuadas.

Pero no era el único en pensar así, Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, opinaba igual. A esa reunión no asistió Fuld. En su lugar el Consejo directivo envió a su segundo, Bart McDade. Fuld nunca aceptó las señales de que el fin estaba cerca. Permaneció en su oficina en lo que llamó “la nave nodriza”, haciendo llamadas telefónicas en busca de alguien que pudiera rescatarlo.

En esos días la bancarrota empezó a vislumbrarse como una opción posible para el decano de los bancos de inversión de EE.UU. La confianza en la firma se había derrumbado y las agencias calificadoras advirtieron que si no se capitalizaba durante el fin de semana, podría enfrentar una rebaja de su nota, que elevaría el costo del financiamiento.

Esa misma tarde llamó al hasta entonces todopoderoso N°1 buscó a Ken Lewis, presidente de Bank of America, pensando que era lo suficientemente grande para comprar a Lehman. Pero mientras la noche del viernes daba paso al sábado, Lewis no devolvía la llamada. “Dick no comprendió”, recuerda un colega que estuvo allí.

De acuerdo con esa persona, Fuld seguía preguntando: “¿Qué pasa? ¿Por qué no me llama? No entiendo”. Incluso en el despiadado mundo de los negocios, las llamadas suelen responderse, aunque sea para decir que no.

Fuld pensaba que Lewis estaba siendo grosero. Sin que su equipo lo supiera, Lewis estaba cerrando trato con John Thain, titular de Merrill Lynch, que también tenía grandes problemas financieros. El punto que resultó clave para cerrar la operación fue su extensa red de corredores de bolsa.

Había otra persona importante que no respondía a las llamadas que Fuld hizo ese día: de repente, Paulson era imposible de ser localizado. Más tarde, el equipo de Lehman sospechó que había sido él quien alentó la fusión de Merrill y el Bank of Amf America, lo cual consideraron como un complot.

Thain, al igual que Paulson, es un ex Goldman Sachs y para algunos miembros del equipo de Fuld se habían unido para apuñalar por la espalda a Lehman y arruinar sus tratativas con el banco californiano.

De hecho, Paulson admitió que alentó a su antiguo colega para que hablara con Lewis, simplemente para mejorar la situación de Merrill. Famoso por no rendirse nunca, Fuld aún tenía un as bajo la manga con el reconocido banco británico Barclays, con el que inició una frenética serie de reuniones.

De hecho, la mañana del domingo, algunos de los lugartenientes de Fuld creían que ya tenían un trato, pero hizo agua, ya que el gobierno británico ponía obstáculos y los accionistas de Barclays no habían tenido la oportunidad de reunirse.

A Fuld se le habían acabado las opciones la tarde del domingo 14 de septiembre. Desesperado por impedir que su empresa y sus 25.000 empleados cayeran en bancarrota, intentó nuevamente hablar con el presidente del Bank of America.

Donna, la esposa de Lewis, volvió a responder el teléfono y le dijo que si Lewis quería llamarlo, lo haría. Decepcionado, hizo una pausa y se disculpó por molestarla. "Lo siento mucho", le dijo.

En la tarde, comenzaron a confirmarse los rumores de que Bank of America estaba en negociaciones con Merrill Lynch. "Creo que esto confirma nuestros peores temores", dijo Fuld.

El tiempo se acaba
La tarde del domingo, McDade, otro alto ejecutivo del banco, regresó de varias reuniones con otros potentados de Wall Street y funcionarios públicos en las oficinas de la Reserva Federal. Las noticias eran pésimas: el Gobierno quería que Lehman se declarara en bancarrota esa misma noche, antes de que los mercados de Europa y Asia abrieran.

En medio de una acalorada reunión en la que reinaba una gran desazón, llegó una llamada de Christopher Cox, director de la Comisión de Valores y Bolsa (SEC). A través del altavoz, Cox informó a los jefes de Lehman: “Tienen una gran responsabilidad”.

Los ejecutivos del banco estaban horrorizados. Sabían que las consecuencias de una quiebra serían graves, que Lehman incumpliría sus deudas con importantes jugadores de Wall Street.

Pocas horas después de esa última llamada, los miembros de la junta, que llevaban todo el día en la sede del banco, se reunieron cerca de las 8 de la noche. Cuando la reunión se dio por terminada, a eso de las 10 de la noche, Fuld se reclinó en la silla y dijo: "Bueno, creo que esto es el adiós".

Unas cuatro horas después, Lehman se declaró en bancarrota.En una semana, el Wall Street que todos conocían, mínimamente regulado, atrevidamente arriesgado y espléndidamente recompensado, había muerto.

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